jueves, 11 de junio de 2015

Regeneración política y pactos de gobierno



Hoy hago un ejercicio de empatía, eso que está tan de moda y que mi mujer dice que practico tan mal, y me pongo en el pellejo de los que durante meses nos vienen contando que cuando llegasen al poder, cuando tocasen pelo en las instituciones, regenerarían la vida democrática de este país y el sol brillaría más alto y el aire olería a limpio; los que se pavoneaban de no ser políticos profesionales, de ser hombres y mujeres modernos, luchadores y honrados, impelidos a protagonizar los nuevos tiempos de la política nacional por su compromiso con el deber y su sentido de Estado; los que presentaban programas económicos que nadie sabía si eran de derechas o de izquierdas y lo hacían a bombo y platillo, convirtiendo el Principio de Incertidumbre de Heisenberg en el manual de estilo de su quehacer en la vida pública; me acuerdo de los que me insistían en que votase al chico guapo Rivera, a su aire fresco, a sus méritos en política, a su moderada forma de hacer la revolución, a su educación de monaguillo y a sus rizos de españolazo catalán del año, al mujerón infernal de Villacís, todo fuerza y belleza y desparpajo e, incluso, a ese paniaguado de Ignacio Aguado que ahora tomará pastitas con Cifuentes en los descansos pero que se quedaba calladito y timorato como un gatito mojado cuando se sentaba en nuestra tertulia radiofónica en Casa Ariza, rodeado de falangistas de pelo en pecho que se lo comían por las patas; me pongo en los zapatos de los familiares que me afeaban la conducta cuando en las reuniones dominicales en casa de la amatxu decía que votaría LEM porque eso era tirar el voto, que el voto que valía era el de Ciudadanos, que si de verdad quería castigar a los partidos del sistema tenía que votar, como ellos, una fuerza regeneradora emergente, y no atendían a mis explicaciones sobre marcas blancas, liberalismo económico y socialdemocracia de salón; me pongo en el bigote de las analistas políticas de las mañanas, sus panegíricos sobre la valentía del catalán, su defensa de lo español y su revolución naranja para evitar, a toda costa, que nos gobernase el chavismo, la coleta y el populismo.
 
Hago mi ejercicio matutino de empatía y me descojono. Y pienso en la cara de imbécil que se les ha debido quedar a todos cuando se han enterado que la regeneración política y los aires de cambio revitalizador de la democracia española suponen perpetuar en el poder al PSOE de Andalucía y sus EREs fraudulentos y al partido abortista de Cifuentes en Madrid con su Gurtel y su Púnica y sus cientos de imputados. De verdad que sí: me descojono.

lunes, 6 de abril de 2015

Acuerdo electoral LEM-DN

Las organizaciones que conforman La España en Marcha (La Falange, Alianza Nacional, Movimiento Católico Español y Nudo Patriota Español, con el apoyo de otras organizaciones juveniles, sindicales y estudiantiles) y el partido político Democracia Nacional, han llegado a un acuerdo electoral con vistas a los próximos comicios municipales y autonómicos que se celebrarán en España el próximo 24 de mayo.

El citado acuerdo, que permanece abierto a otras organizaciones, y que pretende aglutinar el voto patriota en el mayor número posible de lugares de nuestra Patria, se desarrollará en dos vertientes:

·        La formación por parte de La España en Marcha y Democracia Nacional de una Coalición Nacional que se presentará en varias comunidades autónomas y ayuntamientos de toda España.
·        El apoyo y recomendación de voto recíproco entre La España en Marcha y Democracia Nacional para aquellos otros lugares donde se presente en solitario alguna de estas organizaciones. De manera que allí donde se sólo se presente La España en Marcha, Democracia Nacional apoyará sus candidaturas y recomendará públicamente el voto a sus afiliados y simpatizantes, y de la misma manera, en aquellos municipios en que sólo se presente Democracia Nacional, la España en Marcha hará lo propio apoyando y recomendando el voto a estas candidaturas.
Todo lo relacionado con esta gran noticia para el patriotismo español, se irá ampliando y detallando en las próximas fechas, en las que se comunicará todo lo relacionado con la Coalición Nacional formada por La España en Marcha y Democracia Nacional, así como las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos en las que se presentarán ambas, bien de manera conjunta, en coalición, o bien por separado.

En las próximas elecciones ya no hay excusa para que los patriotas no voten Nacional.

viernes, 6 de marzo de 2015

Los sustitutos

Tengo que reconocer que veo muy poco la televisión y que cuando lo hago suelo instalarme en esa cosa que mi mujer llama mi 'nothing box' y que viene a ser algo así como mirar al televisor sin ver nada, pasar canales con el mando de forma mecánica y no poder dar respuesta a ninguno de sus interrogantes sobre lo que estoy 'viendo'. "-¿Qué ves? -Nada. -Y ésta, ¿quién es? - No sé". Sin canales temáticos, sin televisión por cable, con los indeseables cuadraditos digitales, ver la tele es un verdadero coñazo. Pero, de vez en cuando, algo llama mi atención y me hace reflexionar profundamente. La última vez que he salido de mi 'nothing box' ha sido gracias a los reporteros de 'En tierra hostil'.
He aquí uno de esos productos que podríamos denominar 'periodismo puro'. No lo es, está claro, pero es lo que más se acerca al término en nuestros días. Si uno le saca el prejuicio y la intención el resultado es aceptable; con ambos, prejuicio e intención, el resultado es, sencillamente, sobresaliente. Si uno parte de que el periodismo puro no existe y que el periodista, por definición, no es objetivo (ser persona humana -que diría un chungo- tiene estas cosas, que uno es subjetivo) el trabajo de estos reporteros es digno de admiración. La búsqueda de la experiencia vital termina por descubrir el drama social y para ello se necesita una especie de intuición narrativa para llevarnos de lo que nos agrede a lo que nos conmueve y, ojalá, a lo que nos movilice.
Hablemos del último, del dedicado a la vida de un grupo de españoles en las favelas de Río de Janeiro. El universo de las drogas, las bandas del narco, los gamines, la policía militarizada, la miseria más extrema, el hacinamiento, el hambre y la prostitución. Un universo sin soles, sin mañanas, sin salidas. ¿Por qué un arquitecto, un programador informático o una periodista freelance encontrarían su hueco en el mundo en una favela brasileña? El recorrido por sus callejuelas es un paseo por el infierno, la escena más gore de una película de miedo, la peor de nuestras pesadillas. ¿Por qué abandona un joven el pueblo de La Mancha que le vio nacer para instalarse de ilegal en un cuartucho cuatro puertas más allá del cuartel del narco? Sólo hay una respuesta posible: Por necesidad. Tal vez concurrieron en la decisión de destino un cúmulo de errores, de mal sopesadas ideas preconcebidas que ni las blogueras más audaces son capaces de disipar. Como sea, tomada la decisión, vivirla no es imposible; es incluso deseable.
Cuando vemos a un joven viajar veinticuatro horas en un autobús para atravesar una frontera y quedarse en el Brasil de Dilma de ilegal sentimos que se nos abren las carnes. Se nos abren de la misma forma que hace unos días se nos abrían al saber de las mujeres españolas atrapadas en la prostitución de las calles de Lima, sin un billete de retorno. El muchacho asegura tajante: "Nadie me va a sacar las habichuelas del fuego si yo no lo hago" -una respuesta valiente, honesta, responsable. Es el hijo de un trabajador de Málaga que, ante la imposibilidad de un futuro en España, hizo el petate y marchó a tierras más cálidas. El foco de la cámara se posa en la historia que dejó en España, en sus padres, en lo que sentirían si supiesen lo mal que le van las cosas, las penurias que pasa por no pasarlas en casa. Nos quedamos, sin verle la cara, con ese padre destrozado por haber tenido que ver partir a su hijo de su lado. Nos quedamos con la cara de los padres de la joven periodista freelance haciendo labores de cicerone por las calles de la favela para las cámaras del equipo que comanda Alejandra Andrade. Y en ese momento entro de nuevo en mi 'nothing box' a buscar algo. Está ahí, ocupando todo el espacio mental: Mi propia hija.
El programa termina ofreciendo unas 'claves' de la denuncia. Un sesudo escritor especializado en la historia de Brasil explica el origen de la diferencia social allí: lo llevan en los genes. Brasil, colonia portuguesa, se gesta a partir de dos clases: los colonos portugueses y los esclavos africanos. Básicamente, esas dos clases sociales perviven en la actualidad, al menos conceptualmente. Los núcleos residenciales de lujo albergan a la minoría colonizadora y a los 'elevados' por el fútbol, una práctica que, zoológicamente hablando, selecciona a unos cuantos atletas de los estratos inferiores (sociológicamente hablando) y evita la endogamia de la clase dirigente, perpetuando su supremacía social. Su número se mantiene en una constante en el transcurso de generaciones en términos absolutos. Pocos, muy pocos. En cambio, los esclavos africanos se han multiplicado efectivamente y se han arracimado entorno a las grandes ciudades. Desde el aire, el poblado chabolista crece y se desparrama por las colinas y tiene cercado al corazón financiero. Parece que pueda engullirlo en cualquier momento. Hasta ahora, gracias a la labor ejercida por la PM y el Ejército, no ha sido así y, salvo pequeños intentos contenidos a balazos, la masa allí hacinada no ha sido capaz de perturbar los grandes acontecimientos deportivos que se han organizado en el país. No han faltado a su deber represor ni los más radicales presidentes de Gobierno. La comunista Dilma Rousseff, venida a más con el cargo y trasformada en liberal a dos velocidades al estilo chino, ha hecho lo propio. Es otra de las 'elevadas' y ha demostrado que la revolución en el Gobierno no es lo mismo que la revolución en el Estado. El análisis puede ser acertado pero, concluye el escritor sacando el plano de enfoque del problema brasileño, "nuestros hijos están probando la misma medicina que damos aquí a los inmigrantes".
Aquí está el quid de la cuestión. Es cierto, pero si la conclusión que sacamos de un reportaje de investigación así es que debemos aplicar la reciprocidad en el trato a los inmigrantes y entender que lo que estamos haciendo aquí es lo que ahora están empezando a hacer allí, en cualquier tierra en la que termine paciendo un español, es desenfocar el objetivo. Es rendirse a la evidencia de los hechos, es tirar por los suelos cualquier posibilidad de mejora o solución del problema, es retirar la vista del arquitecto del moño, del diseñador gráfico de Málaga o de la joven periodista freelance, es abandonarlos a su suerte tras una palmadita en la espalda. Es, finalmente, alejar cualquier posibilidad de que vuelvan a casa, de que se reencuentren con sus familias y de que establezcan su futuro y sus familias en España.
No, no están en esa complicada situación, trabajando por un sueldo escaso que les da para comer pero no para volver ni para establecerse legalmente en parte alguna, malviviendo entre narcos y brigadas militares, pensando que una 'bala perdida' puede llevar su nombre, porque hayamos sido muy duros con los inmigrantes que han llegado a nuestras fronteras. Están en esta situación por una pésima configuración económica que beneficia sólo a unos pocos, a esos que han diseñado la estrategia a muchos años vista. Han ingresado en las filas de un ejército de esclavos internacional que vaga por el mundo en busca de amo que le azote a cambio de un plato de comida.
El episodio televisivo de ayer, en su crueldad, ironías de la utilización política de los mass media, nos despierta como un cornetazo del letargo al que, intencionadamente, nos sometía hasta la fecha el sistema. Abruptamente se llega a este 'En tierra hostil' después de que durante años se nos hubiese cloroformado con otro formato televisivo: 'Españoles por el mundo'. La felicidad de aquél, el éxito fácil de cualquier Manolo que tomase un avión y se decidiese a vivir la aventura en tierras lejanas, contrasta mucho, como la noche del día, con este nuevo atracón de realidad. Entonces, la tele sirvió para que cientos de miles de jóvenes españoles comprendiesen que, sin oportunidad por estos lares, más valía hacer las maletas y buscar fortuna lejos de la patria. Y con ese pretexto se ahorraba el Estado la necesidad de establecer bases de futuro en nuestro suelo para sus propios hijos. A cambio, todo eran ventajas. La primera, estadística. Recién salidos de las universidades españolas, los hijos de los obreros ni se planteaban presentar su solicitud de empleo en una oficina de la Administración. Pasaban a no contar de forma voluntaria, a no reclamar, a no exigir. Un pueblo joven puesto entre la espada y la pared nada tiene que perder y puede ser el detonante de una revuelta. Fuera, sus quejas resultan inanes. No contaban. Y no lo hacían tampoco para los datos de paro registrado. Todos sabíamos que las cifras reales superaban con creces a las detalladas en los informes oficiales. Pero no hicimos nada. Convertidos en un país de servicios, la mano de obra barata y poco cualificada empezaba a ser el perfil más demandado por las empresas y para estos cometidos poco importa que tu piel sea oscura o que vengas de Nigeria. Subsistir en el mercado era abaratar costes, rebajar precios, emplear menos mano de obra y, poco a poco, los empresarios empezaron a ver con buenos ojos el tráfico de ciudadanos no españoles a los que no había que pagar viaje de arribo porque lo hacían por su cuenta y riesgo, en la mayoría de las ocasiones, demasiado riesgo. Así que, tras un periodo de adaptación a las nuevas exigencias del mercado, entre la destrucción de empleos y la sustitución de la mano de obra nacional por la exportada, 400.000 españoles, de entre 20 y 35 años, fueron desfilando por nuestras aduanas sin más pañuelo al viento que el de sus familias.
Para el que se quedaba la situación era mala y soñaba con el día que reuniese el valor de tomar un avión y seguir a su primo o a su compañero de pupitre o lamentaba haber llegado mayorcito a planteárselo y con cargas familiares. Pero si esto era así, además, su nuevo compañero en la línea de producción, tenía un contrato peor que el suyo, hacía más horas que él y cobraba menos. El mensaje sobre la mesa era claro: cualquier día otro hará tu trabajo por menos de lo que tú me cuestas, tal vez uno de estos rumanos, argelinos o ecuatorianos que tan bien trabajan, no dan problemas y menos quejas. Subiendo los precios y bajando los salarios nos dimos como locos a las tiendas de chinos y esto provocó la ruina del comercio nacional. Se produce fuera porque es más barato y se consume lo de fuera porque lo de aquí es sólo para unos cuantos. La amenaza de devolución al país de origen puede ser un poderoso argumento a la hora de hacer que los esclavos trabajen, mejor incluso que los latigazos físicos. Para la nueva situación de esclavitud a la que por impregnación estábamos llegando los economistas le dieron un nombre eufemístico: Precariedad laboral. Y con la promesa de que esa precariedad laboral era la antesala de la recuperación económica y que, una vez superados unos puntos críticos de crecimiento, revertiríamos la precariedad laboral en el reino de del rey Midas fueron sacándonos los votos. Ya nada de lo que digan es creíble ni por los más ingenuos. La sustitución de la mano de obra no se ha hecho para hacernos ricos a todos. La sustitución se ha hecho para que nuestros pobres puedan ser los pobres de algún amiguete en Bruselas, en Washingtón, o en Pekín. Y los suyos, nuestros, por muy poco dinero.
Así que no, nuestros hijos no están probando en Brasil la misma medicina que le damos aquí al inmigrante que llega en patera o salta la valla en Melilla. Nuestros hijos están en la situación de tener que probar una medicina lógica porque les hemos abandonado, porque no les hemos garantizado un futuro, porque les hemos quitado el pan de la boca.
Si uno mira las cifras de inmigrantes y peticiones de asilo del año 2013 que obran en poder del Ministerio de Interior (las últimas publicadas) podrá observar un hecho: El 78,17 de los inmigrantes que solicitaron asilo en nuestro país ese año eran hombres. 3.528 frente a 985 mujeres. con variación de las cifras es así año tras año. Me van a llamar sexista, homófobo y no sé cuántas cosas más por decir esto pero me voy a conceder el desahogo de hacerlo: viene mano de obra sin cargas. ¿Dónde están sus mujeres? ¿Dónde están sus madres o hermanas? No figura. Seguramente habrá que cruzar muchos datos estadísticos de todos los países del mundo para localizarlas y, aún así, es más que probable que no obtengamos evidencia de su rastro. Tal vez se hayan quedado solas en sus pueblos, rodeadas de ancianos y niños. ¡Ojalá! Porque también cabe la posibilidad de que hayan ingresado por su parte en la legión de mujeres controladas por las mafias de la prostitución. Desde luego, hoy son mucho más vulnerables que hace unas décadas, cuando sus maridos y hermanos velaban por su seguridad. Y si esto que digo es tan disparatado, ¿en qué andan trabajando muchas de las 985 mujeres que solicitaron asilo en nuestro país en 2013? En nada puede extrañarnos que nuestras mujeres estén malviviendo de la prostitución en las calles de Lima porque están probando nuestra propia medicina. He aquí el sesudo argumento de nuestro televisivo escritor.
Como para todo en esta vida, hay una solución. Yo no la tengo pero estoy seguro de su existencia. Sé que exigirá un cambio de modelo productivo y social. Sé que para llevarlo a buen término necesitaremos una revolución social contra el Estado y no contra el Gobierno, como nos quieren hacer creer. No se trata de un cambio de cromos y el ejemplo de Brasil es claro: Dilma, Lula, y el problema continúa. Sé que, si no es radical, exigirá una generación entera, tal vez más, para llevarse a cabo. Sé que empieza aquí, en casa, entre nosotros, al margen de leyes, constituciones y poderes superiores. Y sé que es necesario porque la situación actual no es sostenible y nos aboca a la destrucción.

viernes, 20 de febrero de 2015

Becarios

Me han llegado noticias esta semana de que en algún medio de comunicación se está poniendo en práctica una curiosa estrategia: la contratación de becarios con salario negativo.
Los becarios, jóvenes a punto de licenciarse que realizan prácticas pagadas en las empresas del ramo, son una figura que, tras la Reforma Laboral, ha ganado peso en nuestros medios de comunicación. Tradicionalmente, con un sueldo más bajo, los becarios iban deambulando por las redacciones y buscando la oportunidad de dar a conocer sus méritos. Aprendían el oficio desde dentro, codo a codo con los redactores y profesionales de dilatada experiencia. Poco a poco, iban tomando partido en la vida de la redacción y, finalmente, demostradas aptitudes y actitudes, podían ser reclamados por el medio en cuestión para engrosar las filas de la plantilla.
El problema estaba en las competencias que se delegaban a los becarios. He llegado a ver a imberbes muchachos recién salidos de la facultad de periodismo dirigiendo los programas de máxima audiencia de emisoras no muy importantes mientras sus jefes, aquellos que tenían la responsabilidad de hacerlo, se reunían con empresarios para conseguir algo de publicidad. Todo es necesario, ciertamente, pero estas no son las formas. Por este tipo de trabajos llegaban a cobrar hasta 100€ mensuales, cantidad que, obviamente, no les daba ni para pagar el transporte al centro de trabajo. Era una forma barata de conseguir empleados. Se eliminaban redactores, se llegaba a un acuerdo con alguna universidad y se nutría semestralemente la redacción con nuevos trabajadores sin ninguna experiencia. Nadie se preocupaba de enseñarles el oficio porque se sabía que en seis meses abandonarían la redacción y vendrían nuevos operarios. ¿La calidad? No, nadie se preocupaba de eso, claro. Desde las empresas de comunicación se decía que era una forma de dar la alternativa a los jóvenes y que debían estar encantados de poder, con tan pocas horas de vuelo, conducir un espacio de máxima audiencia. Flaco favor porque los fallos también eran en máxima audiencia. En realidad lo que se perseguía era abaratar costes de producción eliminando nóminas, una forma de rapiña de dudosa eficiencia.
La vuelta de tuerca estaba por llegar y ya se práctica, según me cuentan. Esta nueva modalidad de becario, en lugar de cobrar un bajo salario por un trabajo en prácticas, paga por poder hacer ese mismo trabajo. Las empresas lo camuflan como cursos de formación (algo tan de moda en estos tiempos) y les cobran una cantidad para poder sentarse al lado de maestros que no lo son en absoluto. 100€ por poder compartir habitación con Fulano o con Mengano, por poder ser visto, oído o leído, por aprender el oficio del indeseable que lleva a cabo estas prácticas carroñeras. Eviten en la medida de lo posible que sus hijos caigan en manos de esta gente porque, ni aprenderán nada, ni lo que aprendan servirá para dignificar un oficio por lo demás bastante devaluado.
En esta semana de presentación de programas económicos me pregunto cuántos de nuestros políticos, de los que tienen el culo pegado al escaño y de los que aún no han tocado pelo, se estarán frotando las manos ante la posibilidad que brinda nuestro sistema liberal de conseguir esclavos a tan buen precio.

jueves, 12 de febrero de 2015

Cursos de formación

Mientras el Ayuntamiento de Valladolid estudia la demolición del monumento en memoria de uno de los padres fundadores y líder agrario falangista, Onésimo Redondo, por aquello de cumplir y hacer cumplir la Ley de Memoria Histórica, con el silencio cómplice incluso de organizaciones católicas que le tuvieron por hombre visionario y miembro honorífico (caso de la Asociación Católica de Propagandistas), en Andalucía, la infausta ley de Zapatero se deja de homenajes y monumentos y va  a la raíz del problema: la destrucción de cualquier vestigio de lo que podía ser una España grande y la dedicación a tiempo completo a la rapiña del Estado. Han sido los socialistas de la Junta, han sido los sindicatos obreros de izquierda, CCOO y UGT, muchos empresarios y algún que otro religioso. Todos puestos en el empeño de comerse o llevarse a casa esos miles de millones de euros llegados de Europa para formar desempleados.
Los socialistas, tan por la labor de llevar la contraria a la derecha liberal en eso de que la Administración no tiene que crear puestos de trabajo, que tienen que ser los particulares. Esos que se adjudican la creación de cualquier obra significativa del Estado de bienestar, olvidando que fueron los Girón de Velasco y los Narciso Perales los que lo construyeron y pusieron en marcha, para no caer en hacerle el juego a la derecha y empezar a crear empleo público, decidieron que era mucho más fructífero para sus bolsillos el organizar cursos de formación para parados. El dinero llega de Europa y se canaliza a través de las Comunidades Autónomas para pagar a los profesores y el material empleado por las empresas de formación de los amiguetes y dar a los parados la oportunidad de reorientar sus currículums y salir al mercado laboral a ganarse la vida. Un sumidero con infinitas formas de trampear el fin para el que fueron otorgados esos fondos.
Puestos a despilfarrar, puestos a firmar peonadas, ¿qué hubiese pasado si ese dinero se hubiese empleado por parte de la Junta en crear en los municipios de la Andalucía agraria cooperativas municipales que hubiesen dado puestos de empleo y evitado el éxodo masivo de los jóvenes andaluces? ¿si se hubiesen utilizado para la creación de parques industriales y tecnológicos? No, era mucho más efectivo enseñar a los parados de Fuengirola las virtudes del programa Lotus, cómo se formatea un disquete o la forma correcta de poner un gin tonic.
Si las comadrejas responsables de este fraude hubiesen caído en manos de Onésimo, de Girón de Velasco o de Narciso Perales, entre otros, sin duda hubiesen sido fusilados al amanecer. Igual por eso es necesario borrar cualquier vestigio de su paso por la Historia, no vaya a ser que cunda el ejemplo.
Ese sindicalismo chapero que se lucra del sudor y la penuria del trabajador, que se engolfa con el empresariado pirata que, lejos de producir, cumplir una misión social y enriquecer la patria, busca sólo el dinero fácil que proporciona un país con leyes de casino flotante, tendría que morir decapitado por la hoz del agricultor o a golpes por el martillo del taller. Pero ahí está, impertérrito, protegido por la manta clientelar que ha tejido durante cuarenta años de dictadura constitucional.

sábado, 7 de febrero de 2015

Cifras de paro

Empezamos la semana conociendo un buen dato: el del desempleo. 200.000 cotizantes menos, 16'5 millones de trabajadores, 78.000 desempleados nuevos en cifras redondas y 4'5 de almas apuntadas en las listas del paro. 
No es bueno? Pues a juzgar por las declaraciones de la secretaria de Estado de Empleo y del secretario de Estado de la Seguridad Social es esperanzador. Siempre, eso sí, que se compare con el dato de paro y población activa de tiempos peores. Es la máxima del que quiere ver el vaso medio lleno o del que se empecina tozudamente en verlo siempre medio vacío. Nuestros políticos no están por la labor de dejarse llevar por el derrotismo e insisten, ahora ya enérgicamente, que no consentirán que nadie quiera dar una imagen ceniza de la sociedad española. Son las fórmulas de manual de animadoras con las que nos hacen dormir hambrientos pero con una sonrisa estúpida en la boca. Del España va bien de Aznar -cabalgando la cresta de la burbuja con su sombrero texano- al España va mejorcito de Rajoy. 
Hay una cosa mucho peor que ver cómo el anuncio que nos hacen puntualmente todos los meses Engracia Hidalgo y Tomás Burgos sólo sirve para cruzar apuestas previas de si sube tanto o baja cuánto la tasa de paro: y es el oírles desempolvar al vetusto Whinston Churchill para afirmar que salimos de la crisis gracias al esfuerzo y sacrificio de todos los españoles. Una reedición del "sangre, sudor y lágrimas" en plan pelota.
Pero en este despropósito están metidos todos. Lo que en el argot del político es sumar fuerzas y caminar de la mano de empresa y agentes sociales es, en realidad, constatación de que los tres principales sindicatos de este país (los obreros y el de la patronal) son comparsas anestesiadas por la prebenda y silenciadas con los casos de corrupción que les han hecho grandes. 
Es el paro endémico traído de la mano por la Constitución del 78 y que, salvo que role el viento, nos mantendrá en tasas de paro superiores al 21 % hasta el 2019. De qué vamos a comer hasta entonces, ¿de sus chorradas de autoayuda?

jueves, 5 de febrero de 2015

Diario de a bordo

I. Deshacerse de lo viejo para afrontar nuevos retos

Estar en el paro no es la mejor situación para intentar poner en marcha los proyectos y sueños que uno ha tenido congelados en la cabeza durante años. Sin embargo, en los largos días de soledad en casa, entre búsquedas interminables de un puesto de trabajo, uno tiene muchos momentos para dejar volar la imaginación con todo aquello que quiso algún día realizar y nunca pudo por falta de tiempo. Incluso como ejercicio mental no está tan mal. Evita que te vuelvas loco viendo cómo los días pasan sin gran cosa que hacer. El hombre está hecho para el trabajo y la inactividad laboral puede minarlo de tal manera que no llegue ni a reconocerse cuando se mira en el espejo.
La primera orden que le di a todos mis miembros cuando recibí la comunicación del despido fue precisamente la de no distraer la mente con nada que no fuese encontrar una fuente de ingresos. Después vino lo de racionar todos mis actos, las salidas, las compras, lo que comía y lo que bebía. Cancelé las tarjetas, también las de débito. Mantuve el vicio del tabaco pero en menores cantidades y calidades. Hoy casi no fumo y lo hago del tabaco más barato del mercado. He intentado secar peladuras de patatas y cosas así pero no es lo mismo.
Y, sin embargo, constantemente, con mayor fuerza cuanto mayor era mi resolución a no dejarme llevar por la fantasía, una vela latina aparecía en el horizonte de mis sueños. He tratado durante muchas semanas reprimir cualquier intento de subirme en ese barco. Lo he intentado con todas mis fuerzas y no ha servido para nada. Hoy creo que todo el ejercicio y la disciplina mental que me he impuesto no han hecho otra cosa que favorecer el que mi cabeza sea un hervidero de ideas. Y tal vez sólo sea con esa disciplina con la que se puedan afrontar ciertos retos.
Hay gente que asegura que los proyectos hay que ponerlos por escrito. Yo creo que si cuento lo que quiero hacer me lloverán tantas críticas, serán tantos los buenos amigos que intentarán hacerme caer del caballo, tantas las promesas que incumpliré o las expectativas que defraudaré que, atendiendo a la paz de mi alma, aquí sólo narraré los pasos firmes que vaya dando.
Hoy, 5 de febrero de 2015, he dado el primero.
Bueno, aún no del todo. En realidad, la primera manga del primer capítulo de la primera parte del primer paso. Pero algo es algo.
Antes de relatar mis avances, un inciso: La vida es una carrera de fondo. Digo esto porque esta historia no comienza aquí, no ha comenzado hoy, 5 de febrero; esta historia comenzó hace varios años ya, tal vez muchos más de los que pueda recordar. Si tengo que elegir el momento en el que vi claro lo que tendría que hacer para poderme sentir un hombre feliz sin duda escogería el día que conocí a un hombre en una universidad del norte de España. Igual que el resto de grandes hombres que conozco mi conocimiento es sólo de su obra. No puedo jactarme de haber tomado muchos vinos con él, de haber acompañado en algún momento su día a día o de saber siquiera si prefería el café o el té en el desayuno. Sólo puedo jactarme de haber estrechado su mano al final de una conferencia dictada en la Universidad de Navarra, de haber cruzado dos palabras tras la presentación hecha por un amigo común.
¡Cuán grande fue la impresión que me causó Carlos Etayo que hoy, veintitantos años después y con tan sólo unos minutos de contacto personal, estoy hablando de él y situando el origen de coordenadas de mi proyecto en el instante en que le conocí! Pues, sí, así es. Recuerdo de aquél hombre su austeridad, su vejez, su larguísima barba y sus viejos pantalones de franela atados con un alambre. De esta guisa se presentó en la universidad del Opus a dar una conferencia. En mi cabeza, su imagen se mezcla con la de otro español ilustre: Antonio Gaudí. Tenían un parecido en muchas cosas. Creo que ya puede adivinarse que Etayo no es el hombre que haya inspirado lo que aquí comienza; es el hombre que me hubiese gustado ser. Hoy que hemos redescubierto la figura de otro vasco ilustre, Blas de Lezo, conviene tener presente al mejor marino español del siglo XX.

Tras este momento fundacional de la idea, hacía falta un motor para ponerla en marcha. Me topé con él mucho tiempo después, hace ahora casi dos años y medio: el nacimiento de Julia. ¿Conocen esa sensación que nos embarga a los padres de que no tenemos nada realmente importante que dejar a nuestros hijos? ¿que no les legaremos una gran vida, un ejemplo contundente, que no seremos ni la mitad de buenos padres que nuestros padres fueron con nosotros? A mi me atormenta. Asumida la inmortalidad del alma, otorgada la inmortalidad biológica, sólo nos resta la histórica para sentirnos completos. Y es en ésta en la que solemos fallar el 99% de los padres. Sé que no es importante, que uno quiere a su padre no porque sea Miguel de Cervantes sino porque es su padre. Pero, aún así, me atormenta. Verán, la inmortalidad biológica, con suerte, sólo llega hasta la tercera generación. O no conocemos a nuestros bisabuelos o no nos acordamos en absoluto de ellos en toda nuestra vida. Pero hubo unos abuelos de nuestros bisabuelos, y unos bisabuelos de los bisabuelos de nuestros abuelos que hunden su memoria en nuestros genes pero que no nos susurran nada desde la noche de los tiempos. Un puntal, un hito, algo que recuerde siempre mi hija, que recuerde siempre mi nieto y que no olvide el nieto de mi nieto al que no conoceré. Eso ando persiguiendo.
Bueno, pues dicho todo esto, la parte del león es poner los medios para llevar a cabo los proyectos. Desde el primer momento me propuse no depender de nadie para materializar mi sueño. Algunos no tenemos sueños baratos. El mío no lo es, ni mucho menos. Y menos en las circunstancias actuales. He hecho inventario de cuanto tengo y he decidido la estrategia. El primer paso es vender la vieja K75, un capricho que nunca fue disfrutado. Se la compré a un amigo hace siete años. Entonces me movía por Madrid en una 125cc. La moto de mi amigo me encantaba. Tenía el encanto de la tecnología alemana, la fuerza de sus 750 centímetros cúbicos y las lineas sobrias y clásicas de lo que se hace para durar toda la vida. Algo clásico es algo que no se puede hacer mejor y la BMW, con sistema cardan de trasmisión, es difícil de mejorar. Su color granate me apasionaba. Él se la había traído de Alemania. Había ido hasta allí en avión para volver conduciendo aquel cacharro. Tenía cuando la compré 60.000 kilómetros, prácticamente nada. Pero cometí el error de comprar la moto cuando aún no tenía carné para cilindrada superior a 400cc. Pensé que el hecho de verla todos los días en el garaje de casa me motivaría para sacarlo pero, unas veces por unas cosas y otras por otras, nunca lo hice. Con las dos motos aparcadas en paralelo en la plaza de garaje me moría de rabia cada vez que me iba a trabajar subido en la pequeña Yamaha mientras el demonio alemán dormía a su lado. Cierto es que cada dos o tres semanas la sacaba a dar una vuelta pequeña, nada del otro mundo. Luego vino el accidente. Una mañana iba a la redacción cuando un niñato cargado de copas, en un cochecito y con complejo de Fangio, se llevó por delante al motorista. Recorrí algo así como cien metros deslizando por el asfalto de Cea Bermúdez hasta que empecé a rodar y terminé parando contra un coche aparcado en el carril izquierdo. Milagrosamente no me hice más que rasguños pero la Yamaha era un amasijo de hierros y plásticos. Siniestro total. Por ser positivo pensé que ya no había más excusas para sacar mi carné y viajar finalmente a la isla de Man a ver las carreras en el mes de mayo, el sueño dorado de cualquier motorista que se precie. Pero, lejos de emular a Hernán Cortés, cogí miedo, esa es la verdad. Un miedo absurdo porque siempre he sido consciente de que el que va en moto termina en el suelo y porque no era ni la primera caída ni la más grave que hubiera sufrido. Y, si no miedo, sí bastante respeto. Como fuese, el día que me casé supe que nunca recorrería Europa en aquella moto. Mi mujer odia las motos. No se subiría a una ni para salvar la vida. Es tremenda con ese tema. Y, así, aparcada dulcemente en el garaje de casa, ha dormido durante todo este tiempo la fuente de mi financiación.
Hace sólo unos días que me animé a llamar a un mecánico para que me la pusiese a punto. Hoy me ha llamado para decirme que la moto está lista. He tenido que invertir un dinero en la reparación pero espero que merezca la pena. Desde mañana está a la venta. Me deshago de un viejo sueño para poner en marcha un nuevo proyecto. Quiero pensar que el tránsito estaba previsto, que si compré entonces la BMW era porque la tenía que vender ahora para financiar otra aventura. Como digo, es sólo el primer paso de mi estrategia. Pero está dado.

sábado, 31 de enero de 2015

31 de enero

Los que me estén escuchando a esta hora lo harán, sin duda, en uno de estos dos sitios: La manifestación en Madrid convocada por Pablo Iglesias y los suyos o desde cualquier otro lugar del globo. A los primeros, que se abriguen, que dan lluvias; a los segundos... sí, que no se hagan mala sangre, que serán muchos los que saldrán a las calles de la capital, muchos, tal vez más que en ninguna otra manifestación conocida, a pesar de la lluvia, más incluso que cuando vino el Papa o mataron a Miguel Ángel Blanco, muchos. No se hagan mala sangre porque no merece la pena. Sí, ya sabemos que los líderes de Podemos no pasan por su mejor momento, que se lo llevan crudo y todo eso. Pero serán, aún así, capaces de reunir muchas almas en Madrid. Es que hay mucho descontento al que el mensaje le ha calado. No se hagan mala sangre y piensen muy bien a quién le van a dar el voto la próxima vez que se enfrenten a las urnas. Porque si se lo dan a los partidos mayoritarios, a los que nos han llevado a todo esto, o se lo dan a una de las mil y una alternativas dispuestas a hacer malabares políticos asegurando que las cosas no se han hecho bien pero que todo tiene una solución en el marco de nuestra Constitución, o a las escisiones de últimos tiempos de esos que nos condujeron con sus políticas a la situación en la que estamos, estarán legitimando moralmente la irrupción de Podemos en el Gobierno de la nación como un elefante en un cacharrería.
Desde el domingo pasado todas las miradas han estado puestas en Grecia y en hacer comparaciones entre Syriza y Podemos, entre el caso griego y el caso español. Nuestros representantes políticos no sabían a qué carta quedarse: que sí, que son la misma cosa; que no, que no se parecen en nada.
La verdad, digan lo que digan, es que ha llegado la hora de las ideologías. El cuento aquél para no dormir que nos contaban de que los buenos gobiernos eran los formados por gestores se acabó. Los que gestionaron la especulación, el pelotazo rápido, el saqueo del Estado en forma de privatizaciones a amiguetes, el chiringuito de las Autonomías, los fondos de reptiles, las mochilas rebosantes de euros en Andorra o en Suiza, los que nos contaban lo bueno que era estar en Europa mientras nos convertían en un país de camareros y albañiles, tienen los días contados. Han vuelto las ideologías. Pero lo han hecho con la crudeza que requiere el tema, sin la máscara funeraria de las izquerdas o las derechas. Hoy se es comunista, capitalista o fascista. Lo demás no cuenta. No va a contar. Syriza es comunista, sí, y conseguirá que a Grecia la echen del euro y de la OTAN. Podemos es comunista. Partido Popular, PSOE, Nueva Democracia y Pasok son capitalistas. Sus políticas han dejado millones de parados, de hogares por debajo del umbral de la miseria, millones de asesinatos en el vientre de Europa. Y, sí, también hay fascistas. En Grecia son la tercera fuerza política.
Y, ahora, déjense seducir por esos cantos de sirena que les susurran al oído que vuelve el horror Nazi. Vuelvan a pegarle una calada al porro de la democracia y caigan en el letargo de su modorra. No se preocupen: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y compañía amortiguarán su caída. No se lleven mala sangre.



viernes, 23 de enero de 2015

El juego del terror.

La España surgida del régimen del 78 ha visto crecer en sus entrañas un fenómeno extraño: las asociaciones de víctimas del terrorismo. En un mundo ideal no deberían tener sentido. Sin embargo, hubo que crearlas. Las asociaciones de víctimas del terrorismo son la punta de lanza que recuerda al Estado que es subsidiario de los crímenes que causa el terrorismo, sea el que sea. El Estado, que ha de velar por la seguridad de sus ciudadanos, falla cuando se produce un atentado, no cumple con la misión de garantizar el orden en las calles. La realidad palpable de su error son familias destrozadas, mutilados, vidas truncadas, sumidas en una tristeza insoportable para siempre. Ni siquiera hablar con las personas que forman esos colectivos puede darnos una ligera idea de lo que supone su día a día. Su silencio y su tristeza se nos hacen insoportables y, antes o después, tendemos a olvidar, a recobrar la alegría, a felicitarnos porque en la lotería de los coches bomba o los tiros en la nuca no haya salido nuestro número.
Nos imponen un respeto sepulcral, el mismo que nos hace comentar por lo bajo con el tipo de al lado: "Es fulano. A su padre le pegó un tiro ETA. Pobre". Es ese respeto que se torna conmiseración. Es el respeto que se le tiene a la lepra.
Pronto, ese respeto lo olieron los buitres de la política y supieron manejarlo. Acercarse a las víctimas, ganarse sus simpatías, era la palmadita en el hombro que necesitaban sus políticas antiterroristas. La presencia de sus líderes en manifestaciones, congresos y actos públicos era la baza moral que se jugaba cuando la ética no llevaba buenas cartas. Estaba claro: había que controlarlas. Había que deshacerse de las personas incómodas, de las que ponían pegas a ser tachadas de izquierdas o de derechas, a apoyar abiertamente a un partido o a otro y, en su lugar, había que colocar gentes sumisas, sin importar si eran o no víctimas del terrorismo, personas que, ante la ignominia de la negociación con los terroristas, del acercamiento de sus presos o de la excarcelación de los asesinos, contasen al pueblo que, tras fotogénicas reuniones en La Moncloa, habían visto la luz y habían decidido dar un voto de confianza al mandatario. Porque el mandatario era bueno.
Esta ha sido la gran traición a las víctimas de los que confunden el Estado con el Gobierno: convertirlas en comparsa de fiestas políticas. Como toda traición, urdida desde dentro.
Salir a la calle contra el Gobierno de Rajoy después de haberse entregado dulcemente en sus brazos no favorece a las víctimas porque no se hace por ellas. Salir a la calle gritando "no más traiciones" es tan ambiguo como impreciso. ¿Qué se ha traicionado, Ángeles Pedraza, que no se hubiese traicionado hasta la saciedad antes?

Manifiesto de VCT desligándose de la manifestación convocada por la AVT

sábado, 17 de enero de 2015

Bolinaga, uno de los nuestros.

Ayer murió Bolinaga. Nada que celebrar. Ha muerto en su casa, rodeado de los suyos. Sus tres asesinatos probados y el secuestro de Ortega Lara le han salido muy baratos. Morirnos, nos morimos todos, y todos tenemos familiares, amigos y enemigos. Siempre habrá alguno de estos últimos dispuesto a descorchar una botellita el día que doblemos. Nada que celebrar, por tanto. En todo caso...mucho que lamentar.
Hace unos días echaron en la Paramount "El Lobo", una película sobre la infiltración de la Policía en la estructura de ETA entre los años 1973 y 1975 y basada en la actuación de Mikel Lejarza. Al final de la película hay una serie de diálogos interesantes entre Eduardo Noriega, Lejarza, y José Coronado, el policía franquista que ya tiene hecha su apuesta sobre lo que ha de venir con la Ley de Partidos Políticos y la apertura democrática. Viene a decir Coronado, ante la insistencia de Lejarza por que no se cierre la operación hasta que no caigan los líderes de la banda, que para conducir la democracia será buena una pequeña dosis de miedo en la sociedad, que ETA tiene que hacer su trabajo para que ellos, la Policía, puedan seguir haciendo el suyo. Ante tan repulsiva respuesta, Lejarza contesta: "¿Y para esta mierda me he jugado yo la vida?". Cuento esto porque confirma mi teoría de que ETA es parte del sistema, tan española como las cañas del aperitivo. Viendo la actuación de nuestros políticos en el caso Bolinaga, y en otros más, uno se da cuenta de la orquestación diabólica de todo este asunto. Sin pretenderlo, la película nos opone dos modelos a la hora de tratar el terrorismo: el modelo democrático y el modelo efectivo.
Nuestros políticos se llenan la boca asegurando que la unidad de los demócratas ha traído la victoria sobre la banda ETA pero ningún español con dos neuronas en funcionamiento tiene esa dulce sensación de la victoria. Es una amarga victoria, una pírrica victoria o, sin hacer más juegos lingüísticos, una sonada derrota. La muerte de Josu Bolinaga no causa alegría, insisto: causa decepción, causa vergüenza y cierta náusea. Nos pone frente al espejo de nuestra incapacidad para hacer frente a esos enemigos de España que, como Coronado en la película referida, han hecho correr sangre de españoles para garantizar su sistema democrático.
Los últimos dos años y medio de Josu Bolinaga, el hombre que mató a tres guardias civiles y mostró sus cualidades de alimaña perpetrando el secuestro de Ortega Lara, han sido un retiro dorado en su Guipuzcoa del alma, un pago a los servicios prestados. Los homenajes como gudari que quedan por delante, las encendidas palabras de elogio y crítica hacia una vida dedicada al crimen de nuestros representantes políticos de Bildu, del PP, el PSOE o IU, serán sólo un acto más de esta mascarada política que llamamos Estado de derecho. La muerte de Josu Bolinaga entre txacolí y lágrimas no cierra nada pero permitirá dormir tranquilos a los que diseñaron la estrategia política de su liberación porque les ahorrará la crítica de los españolitos que se preguntaban diariamente si aún seguía vivo.
Hoy suena más fuerte todavía en mi cabeza la frase final de Lejarza en la película: "¿Y para esta mierda me he jugado yo la vida?".

viernes, 9 de enero de 2015

Amenaza islámica

Lo sucedido esta semana en Francia, principalmente por su alarma social, no es nuevo ni debe extrañarnos o cogernos por sorpresa. Y no por lo que se apresuran a decir todos los prebostes de los medios a la luz que ofrecen las hemerotecas. No, no es porque ya tuviésemos atentados islámicos antes en Europa, en España concretamente, en Inglaterra, en Alemania, en Francia... no. Es porque Europa no ha hecho nada para contener la amenaza islamista salvo juegos de distracción para no reconocer que las políticas multiculturalistas eran un engendro de débiles mentales para no poner tope a la invasión coránica.



Sólo un estado en el mundo, sólo uno, ha librado sus conflictos de los últimos cuarenta años contra los enemigos de la Civilización Occidental. Sólo uno: Rusia.
Rusia, criticada por su papel en Afganistán contra los talibanes armados por EEUU, criticada en Chechenia, en Ingusetia, y, más recientemente, en Siria, ha sido la única nación de la tierra que ha tenido claro que la convivencia con el islam es incompatible con el modus vivendi de la cristiandad, sea esta católica, ortodoxa o protestante. Rusia ha entendido que las guerras contra los grupos islamistas no son un problema político que se pueda arreglar con unos cuantos controles más en las aduanas o una mayor presencia policial en las principales oficinas administrativas del Estado. No, el problema es religioso.
Nada podría hacer el Islam en Europa si Europa no hubiese dejado de ser la luz del mundo para convertirse en la puta del liberalismo filosófico y del capitalismo económico. Nada.
Lo sucedido en Francia nos pone a todos muy nerviosos pero es la consecuencia lógica de sus políticas sociales: laicismo, inmigración y multiculturalismo. El laicismo que quitaba los crucifijos de las escuelas y no pasaba nada; que encumbraba a los altares de la libertad de expresión a tipos que lo mismo cargaban tintas contra Alá una vez al mes que contra Jesucristo y la Santísima Trinidad una vez por semana y no pasaba nada; inmigración masiva que convertía barrios enteros en guetos musulmanes y multiculturalismo que exigía derechos para quienes no tenían obligaciones por encima de los derechos de los que obligatoriamente cargaban con el sostenimiento del Estado. El laicismo es la llave que abrió las Termópilas y facilitó la invasión. Y los pobres ciudadanos europeos, contentos y pagados con sus recién estrenadas democracias liberales, aceptaron que en las sociedades libres más ofende la cruz que el burka o la sharia. Esa sociedad europea, débil y debilitada por sus políticos, es como la rana en la fábula de Esopo y no llega a entender cómo, al cruzar al alacrán a la otra orilla, éste le arrea un picotazo sólo porque está en su naturaleza.
Los teóricos de la geopolítica hablan de guerra asimétrica y saben que ni el país más fuerte del planeta, militarmente hablando, puede hacer nada contra los lobos solitarios y que la determinación de estos sorteará controles, vigilancias y escoltas y morderá de nuevo, antes o después. En esta guerra de religión a Europa sólo le cabe el ejemplo de las mujeres kurdas y para librarla no sirve de nada mandar efectivos del Ejército fuera de casa. Esta guerra se libra aquí, en nuestro suelo, y sus efectos colaterales los tendremos que pagar nosotros. Son nuestros hijos los que morirán, no los de Siria, Irak o Nigeria. Y es una guerra que se puede ganar porque ya se ha ganado antes. Bastaría, entre otras cosas, con retornar los crucifijos a las aulas; con censurar a los dibujantes que hacen mofa de sentimientos religiosos, profundos y arraigados en el corazón del hombre desde que vio su existencia como especie, amparándose en otros fabricados por constituciones y consensos como el de libertad de expresión y que, en realidad, es impunidad para el insulto, la injuria y la calumnia; bastaría con que en Europa sus Estados se blindasen ante una inmigración masiva islámica y borrasen de sus mapas el 90% de las mezquitas y oratorios; bastaría con reconocer que el caso de Kosovo fue el preludio de lo que habría de llegar, que nuestras bombas cayeron allí sobre nosotros y mataron europeos para franquear el paso al islam.
Eso, o dejar que nos invadan de una vez por todas.

lunes, 5 de enero de 2015

Podemitas

Por podemita se conoce, en la nueva terminología política, no al dirigente, afiliado o simpatizante de la formación de los círculos si no, más bien, al que, no pensando votarles ni simpatizando con sus postulados ideológicos, no ve inconveniente en que estos lleguen a gobernar o, incluso, llega a dibujar una sonrisa en la cara al pensar que pueda darse esta circunstancia.
En el corazón del podemita anida el odio al Partido Popular, un rencor descarnado que no llega a ocultar ni cuando, para hacer que equilibra las fuerzas de la balanza, añade alguna crítica menor hacia el PSOE. En realidad se trata de agentes de la izquierda, gente odiosa de la peor calaña, revolucionarios que desean únicamente que todo reviente, que el Estado del bienestar se descomponga y reine la anarquía, sin un plan de futuro y siempre dispuestos a la gresca con tal de que los "niñatos" del PP pierdan su escaño o su privilegio.
Lo reconozco: soy un podemita.
Y, no, no me gusta Pablo Iglesias, Errejón me parece un listillo, su concepción de España la vengo combatiendo desde hace décadas y no les votaría ni aunque fuesen el único partido que se presentase a las elecciones. Pero no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en la cara cuando pienso en que puedan ganar unas elecciones, y eso a pesar de la "no campaña" en contra que les están haciendo los medios del sistema y sus terminales políticas en la calle Génova y Ferraz.
Desde el punto de vista de alguien situado en esta democracia en la que no creo no deja de ser un partido más, con todas las bendiciones para poder ganar unas elecciones. No sé dónde agarraron el berrinche los que piden a gritos que pierda, se disuelvan o se ilegalice. Tampoco, a la vista de lo que han sido estos casi cuarenta años de democracia, en qué puede ser peor que los partidos que han gobernado desde entonces, esos dos (que fueron tres o cuatro y se quedaron en dos para siempre) que se han comido un Estado entero en orgías de privatizaciones, recortes, autonomías, sueldos millonarios, derroche a manta, ladrillazos y tarjetas negras; los que han asesinado a todo un pueblo con políticas genocidas de aborto, los que han dejado un país de viejos en el que cabe decir que no es país para viejos porque se han comido sus pensiones; en qué puede ser peor la España de Podemos que la España democráticamente gobernada por gobiernos extranjeros, por socios europeos que nos han convertido en los camareros de Europa, por tratados militares que nos dirigen al Ejército en misiones fuera pero que no mueven un dedo cuando un moro pone una bandera marroquí en Perejil o un británico roba suelo español en Gibraltar; porqué es peor su dinero venido desde Venezuela que el que salió de los bolsillos de los españoles y de sus ahorros para pagar la fiesta de la democracia, para financiar sus gilipolleces y campañas a coste cero, sin pagar un duro en intereses, gratis total; en qué son peores sus maricones, sus inmigrantes ilegales y sus corruptos que los maricones, inmigrantes ilegales y corruptos del PP y del PSOE; cuánto peor será su ataque a la fe, sus quemas de iglesias, curas y monjas que los perpetrados contra la fe por los demócratas de pedigrí, incluidos curas, mojas y CEE, todos muy modernos, muy demócratas y muy traidores (estoy generalizando, claro).
No, no me da miedo Podemos. Sólo son una parte más del sistema liberal que nos ha podrido por dentro y por fuera. Seguiré haciendo frente a éste, gobierne Podemos, el PSOE o el PP, pero no puedo dejar de esbozar una sonrisa cuando a las nenazas del sistema les tiemblan las canillas ante la llegada del lobo que han dejado suelto, ellos mismos, entre las ovejas.

viernes, 2 de enero de 2015

Un nuevo año

Tal vez, el resacoso, no sea el mejor de los estados para iniciar un año de actividad en la red. Ni en la red ni en ningún otro sitio, claro. Pero es lo que hay. Uno cumple como un mastuerzo con el calendario y ataca las fechas como todo el mundo. De alguna manera, estoy en mejores condiciones que otros para hacerlo. En el haber, dos botellas del mejor vinacho que producen nuestras bodegas, nada que hubiese recomendado el propio Baco, Vinacho tinto, sin pedigrí alguno, del que puede servirse tranquilamente en jarra de barro sin sufrir merma. Media de güisqui, a pachas con un cuñado. En el debe, las uvas que, un año más, me negué a tomar por aquello de que no soy supersticioso. Nada en absoluto. No creo que el 2015 vaya a ser ni mejor ni peor por no haberme llenado el buche de uvas. Cuando hoy leo en todas partes que los andaluces andan de morros porque al realizador de Canal Sur le dio por poner publicidad cuando empezaban las campanadas me parto de risa. Alguno habrá que se esté cagando en el que les birló la suerte.
No ser supersticioso no quiere decir que uno no sea un hombre de costumbres y que no nade inconscientemente en el charco de lo que todo el mundo hace. Uno no está libre de culpa y los propósitos para el nuevo año son algo que se elabora sin cortapisas en la cabeza. Yo, como todo el mundo tengo los míos. Extrañamente, dejar de fumar, no figura en la lista este año. Pero aquí van algunos:
Tener otro hijo, construir el barco de Julia, arreglar el viejo Audi, releer los "Episodios nacionales", iniciarme en el esquí de montaña, ganar la demanda a Intereconmía y escribir un poco más.
Conseguir cualquiera de ellos ya justificaría el año. Empecemos por el más sencillo: escribir un poco más.