jueves, 5 de febrero de 2015

Diario de a bordo

I. Deshacerse de lo viejo para afrontar nuevos retos

Estar en el paro no es la mejor situación para intentar poner en marcha los proyectos y sueños que uno ha tenido congelados en la cabeza durante años. Sin embargo, en los largos días de soledad en casa, entre búsquedas interminables de un puesto de trabajo, uno tiene muchos momentos para dejar volar la imaginación con todo aquello que quiso algún día realizar y nunca pudo por falta de tiempo. Incluso como ejercicio mental no está tan mal. Evita que te vuelvas loco viendo cómo los días pasan sin gran cosa que hacer. El hombre está hecho para el trabajo y la inactividad laboral puede minarlo de tal manera que no llegue ni a reconocerse cuando se mira en el espejo.
La primera orden que le di a todos mis miembros cuando recibí la comunicación del despido fue precisamente la de no distraer la mente con nada que no fuese encontrar una fuente de ingresos. Después vino lo de racionar todos mis actos, las salidas, las compras, lo que comía y lo que bebía. Cancelé las tarjetas, también las de débito. Mantuve el vicio del tabaco pero en menores cantidades y calidades. Hoy casi no fumo y lo hago del tabaco más barato del mercado. He intentado secar peladuras de patatas y cosas así pero no es lo mismo.
Y, sin embargo, constantemente, con mayor fuerza cuanto mayor era mi resolución a no dejarme llevar por la fantasía, una vela latina aparecía en el horizonte de mis sueños. He tratado durante muchas semanas reprimir cualquier intento de subirme en ese barco. Lo he intentado con todas mis fuerzas y no ha servido para nada. Hoy creo que todo el ejercicio y la disciplina mental que me he impuesto no han hecho otra cosa que favorecer el que mi cabeza sea un hervidero de ideas. Y tal vez sólo sea con esa disciplina con la que se puedan afrontar ciertos retos.
Hay gente que asegura que los proyectos hay que ponerlos por escrito. Yo creo que si cuento lo que quiero hacer me lloverán tantas críticas, serán tantos los buenos amigos que intentarán hacerme caer del caballo, tantas las promesas que incumpliré o las expectativas que defraudaré que, atendiendo a la paz de mi alma, aquí sólo narraré los pasos firmes que vaya dando.
Hoy, 5 de febrero de 2015, he dado el primero.
Bueno, aún no del todo. En realidad, la primera manga del primer capítulo de la primera parte del primer paso. Pero algo es algo.
Antes de relatar mis avances, un inciso: La vida es una carrera de fondo. Digo esto porque esta historia no comienza aquí, no ha comenzado hoy, 5 de febrero; esta historia comenzó hace varios años ya, tal vez muchos más de los que pueda recordar. Si tengo que elegir el momento en el que vi claro lo que tendría que hacer para poderme sentir un hombre feliz sin duda escogería el día que conocí a un hombre en una universidad del norte de España. Igual que el resto de grandes hombres que conozco mi conocimiento es sólo de su obra. No puedo jactarme de haber tomado muchos vinos con él, de haber acompañado en algún momento su día a día o de saber siquiera si prefería el café o el té en el desayuno. Sólo puedo jactarme de haber estrechado su mano al final de una conferencia dictada en la Universidad de Navarra, de haber cruzado dos palabras tras la presentación hecha por un amigo común.
¡Cuán grande fue la impresión que me causó Carlos Etayo que hoy, veintitantos años después y con tan sólo unos minutos de contacto personal, estoy hablando de él y situando el origen de coordenadas de mi proyecto en el instante en que le conocí! Pues, sí, así es. Recuerdo de aquél hombre su austeridad, su vejez, su larguísima barba y sus viejos pantalones de franela atados con un alambre. De esta guisa se presentó en la universidad del Opus a dar una conferencia. En mi cabeza, su imagen se mezcla con la de otro español ilustre: Antonio Gaudí. Tenían un parecido en muchas cosas. Creo que ya puede adivinarse que Etayo no es el hombre que haya inspirado lo que aquí comienza; es el hombre que me hubiese gustado ser. Hoy que hemos redescubierto la figura de otro vasco ilustre, Blas de Lezo, conviene tener presente al mejor marino español del siglo XX.

Tras este momento fundacional de la idea, hacía falta un motor para ponerla en marcha. Me topé con él mucho tiempo después, hace ahora casi dos años y medio: el nacimiento de Julia. ¿Conocen esa sensación que nos embarga a los padres de que no tenemos nada realmente importante que dejar a nuestros hijos? ¿que no les legaremos una gran vida, un ejemplo contundente, que no seremos ni la mitad de buenos padres que nuestros padres fueron con nosotros? A mi me atormenta. Asumida la inmortalidad del alma, otorgada la inmortalidad biológica, sólo nos resta la histórica para sentirnos completos. Y es en ésta en la que solemos fallar el 99% de los padres. Sé que no es importante, que uno quiere a su padre no porque sea Miguel de Cervantes sino porque es su padre. Pero, aún así, me atormenta. Verán, la inmortalidad biológica, con suerte, sólo llega hasta la tercera generación. O no conocemos a nuestros bisabuelos o no nos acordamos en absoluto de ellos en toda nuestra vida. Pero hubo unos abuelos de nuestros bisabuelos, y unos bisabuelos de los bisabuelos de nuestros abuelos que hunden su memoria en nuestros genes pero que no nos susurran nada desde la noche de los tiempos. Un puntal, un hito, algo que recuerde siempre mi hija, que recuerde siempre mi nieto y que no olvide el nieto de mi nieto al que no conoceré. Eso ando persiguiendo.
Bueno, pues dicho todo esto, la parte del león es poner los medios para llevar a cabo los proyectos. Desde el primer momento me propuse no depender de nadie para materializar mi sueño. Algunos no tenemos sueños baratos. El mío no lo es, ni mucho menos. Y menos en las circunstancias actuales. He hecho inventario de cuanto tengo y he decidido la estrategia. El primer paso es vender la vieja K75, un capricho que nunca fue disfrutado. Se la compré a un amigo hace siete años. Entonces me movía por Madrid en una 125cc. La moto de mi amigo me encantaba. Tenía el encanto de la tecnología alemana, la fuerza de sus 750 centímetros cúbicos y las lineas sobrias y clásicas de lo que se hace para durar toda la vida. Algo clásico es algo que no se puede hacer mejor y la BMW, con sistema cardan de trasmisión, es difícil de mejorar. Su color granate me apasionaba. Él se la había traído de Alemania. Había ido hasta allí en avión para volver conduciendo aquel cacharro. Tenía cuando la compré 60.000 kilómetros, prácticamente nada. Pero cometí el error de comprar la moto cuando aún no tenía carné para cilindrada superior a 400cc. Pensé que el hecho de verla todos los días en el garaje de casa me motivaría para sacarlo pero, unas veces por unas cosas y otras por otras, nunca lo hice. Con las dos motos aparcadas en paralelo en la plaza de garaje me moría de rabia cada vez que me iba a trabajar subido en la pequeña Yamaha mientras el demonio alemán dormía a su lado. Cierto es que cada dos o tres semanas la sacaba a dar una vuelta pequeña, nada del otro mundo. Luego vino el accidente. Una mañana iba a la redacción cuando un niñato cargado de copas, en un cochecito y con complejo de Fangio, se llevó por delante al motorista. Recorrí algo así como cien metros deslizando por el asfalto de Cea Bermúdez hasta que empecé a rodar y terminé parando contra un coche aparcado en el carril izquierdo. Milagrosamente no me hice más que rasguños pero la Yamaha era un amasijo de hierros y plásticos. Siniestro total. Por ser positivo pensé que ya no había más excusas para sacar mi carné y viajar finalmente a la isla de Man a ver las carreras en el mes de mayo, el sueño dorado de cualquier motorista que se precie. Pero, lejos de emular a Hernán Cortés, cogí miedo, esa es la verdad. Un miedo absurdo porque siempre he sido consciente de que el que va en moto termina en el suelo y porque no era ni la primera caída ni la más grave que hubiera sufrido. Y, si no miedo, sí bastante respeto. Como fuese, el día que me casé supe que nunca recorrería Europa en aquella moto. Mi mujer odia las motos. No se subiría a una ni para salvar la vida. Es tremenda con ese tema. Y, así, aparcada dulcemente en el garaje de casa, ha dormido durante todo este tiempo la fuente de mi financiación.
Hace sólo unos días que me animé a llamar a un mecánico para que me la pusiese a punto. Hoy me ha llamado para decirme que la moto está lista. He tenido que invertir un dinero en la reparación pero espero que merezca la pena. Desde mañana está a la venta. Me deshago de un viejo sueño para poner en marcha un nuevo proyecto. Quiero pensar que el tránsito estaba previsto, que si compré entonces la BMW era porque la tenía que vender ahora para financiar otra aventura. Como digo, es sólo el primer paso de mi estrategia. Pero está dado.

1 comentario:

  1. Todo mi apoyo para ti y mis deseos de suerte y JUSTICIA, de un ex tuyo, represaliado en julio de 2012 por los mismos sepulcros blanqueados que te han jodido a ti la vida por el grave, gravísimo, "delito" de decir lo que piensas y defender a los trabajadores de empresas repletas de meapilas, corruPPtos, incompetentes, neoliberales de rosario diario pero sobretodo, de MALAS GENTES, de hijueputas con pintas.
    ¡FUERZA Y HONOR!

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