Hoy
hago un ejercicio de empatía, eso que está tan de moda y que mi mujer dice que
practico tan mal, y me pongo en el pellejo de los que durante meses nos vienen
contando que cuando llegasen al poder, cuando tocasen pelo en las
instituciones, regenerarían la vida democrática de este país y el sol brillaría
más alto y el aire olería a limpio; los que se pavoneaban de no ser políticos
profesionales, de ser hombres y mujeres modernos, luchadores y honrados,
impelidos a protagonizar los nuevos tiempos de la política nacional por su
compromiso con el deber y su sentido de Estado; los que presentaban programas
económicos que nadie sabía si eran de derechas o de izquierdas y lo hacían a
bombo y platillo, convirtiendo el Principio de Incertidumbre de Heisenberg en el
manual de estilo de su quehacer en la vida pública; me acuerdo de los que me
insistían en que votase al chico guapo Rivera, a su aire fresco, a sus méritos
en política, a su moderada forma de hacer la revolución, a su educación de
monaguillo y a sus rizos de españolazo catalán del año, al mujerón infernal de
Villacís, todo fuerza y belleza y desparpajo e, incluso, a ese paniaguado de
Ignacio Aguado que ahora tomará pastitas con Cifuentes en los descansos pero
que se quedaba calladito y timorato como un gatito mojado cuando se sentaba en
nuestra tertulia radiofónica en Casa Ariza, rodeado de falangistas de pelo en
pecho que se lo comían por las patas; me pongo en los zapatos de los familiares
que me afeaban la conducta cuando en las reuniones dominicales en casa de la amatxu
decía que votaría LEM porque eso era tirar el voto, que el voto que valía era
el de Ciudadanos, que si de verdad quería castigar a los partidos del sistema
tenía que votar, como ellos, una fuerza regeneradora emergente, y no atendían a
mis explicaciones sobre marcas blancas, liberalismo económico y
socialdemocracia de salón; me pongo en el bigote de las analistas políticas de
las mañanas, sus panegíricos sobre la valentía del catalán, su defensa de lo
español y su revolución naranja para evitar, a toda costa, que nos gobernase el
chavismo, la coleta y el populismo.
Hago mi ejercicio matutino de empatía y me descojono. Y pienso en la cara de imbécil que se les ha debido quedar a todos cuando se han enterado que la regeneración política y los aires de cambio revitalizador de la democracia española suponen perpetuar en el poder al PSOE de Andalucía y sus EREs fraudulentos y al partido abortista de Cifuentes en Madrid con su Gurtel y su Púnica y sus cientos de imputados. De verdad que sí: me descojono.
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