Los socialistas, tan por la labor de llevar la contraria a la derecha liberal en eso de que la Administración no tiene que crear puestos de trabajo, que tienen que ser los particulares. Esos que se adjudican la creación de cualquier obra significativa del Estado de bienestar, olvidando que fueron los Girón de Velasco y los Narciso Perales los que lo construyeron y pusieron en marcha, para no caer en hacerle el juego a la derecha y empezar a crear empleo público, decidieron que era mucho más fructífero para sus bolsillos el organizar cursos de formación para parados. El dinero llega de Europa y se canaliza a través de las Comunidades Autónomas para pagar a los profesores y el material empleado por las empresas de formación de los amiguetes y dar a los parados la oportunidad de reorientar sus currículums y salir al mercado laboral a ganarse la vida. Un sumidero con infinitas formas de trampear el fin para el que fueron otorgados esos fondos.
Puestos a despilfarrar, puestos a firmar peonadas, ¿qué hubiese pasado si ese dinero se hubiese empleado por parte de la Junta en crear en los municipios de la Andalucía agraria cooperativas municipales que hubiesen dado puestos de empleo y evitado el éxodo masivo de los jóvenes andaluces? ¿si se hubiesen utilizado para la creación de parques industriales y tecnológicos? No, era mucho más efectivo enseñar a los parados de Fuengirola las virtudes del programa Lotus, cómo se formatea un disquete o la forma correcta de poner un gin tonic.
Si las comadrejas responsables de este fraude hubiesen caído en manos de Onésimo, de Girón de Velasco o de Narciso Perales, entre otros, sin duda hubiesen sido fusilados al amanecer. Igual por eso es necesario borrar cualquier vestigio de su paso por la Historia, no vaya a ser que cunda el ejemplo.
Ese sindicalismo chapero que se lucra del sudor y la penuria del trabajador, que se engolfa con el empresariado pirata que, lejos de producir, cumplir una misión social y enriquecer la patria, busca sólo el dinero fácil que proporciona un país con leyes de casino flotante, tendría que morir decapitado por la hoz del agricultor o a golpes por el martillo del taller. Pero ahí está, impertérrito, protegido por la manta clientelar que ha tejido durante cuarenta años de dictadura constitucional.
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