sábado, 31 de enero de 2015

31 de enero

Los que me estén escuchando a esta hora lo harán, sin duda, en uno de estos dos sitios: La manifestación en Madrid convocada por Pablo Iglesias y los suyos o desde cualquier otro lugar del globo. A los primeros, que se abriguen, que dan lluvias; a los segundos... sí, que no se hagan mala sangre, que serán muchos los que saldrán a las calles de la capital, muchos, tal vez más que en ninguna otra manifestación conocida, a pesar de la lluvia, más incluso que cuando vino el Papa o mataron a Miguel Ángel Blanco, muchos. No se hagan mala sangre porque no merece la pena. Sí, ya sabemos que los líderes de Podemos no pasan por su mejor momento, que se lo llevan crudo y todo eso. Pero serán, aún así, capaces de reunir muchas almas en Madrid. Es que hay mucho descontento al que el mensaje le ha calado. No se hagan mala sangre y piensen muy bien a quién le van a dar el voto la próxima vez que se enfrenten a las urnas. Porque si se lo dan a los partidos mayoritarios, a los que nos han llevado a todo esto, o se lo dan a una de las mil y una alternativas dispuestas a hacer malabares políticos asegurando que las cosas no se han hecho bien pero que todo tiene una solución en el marco de nuestra Constitución, o a las escisiones de últimos tiempos de esos que nos condujeron con sus políticas a la situación en la que estamos, estarán legitimando moralmente la irrupción de Podemos en el Gobierno de la nación como un elefante en un cacharrería.
Desde el domingo pasado todas las miradas han estado puestas en Grecia y en hacer comparaciones entre Syriza y Podemos, entre el caso griego y el caso español. Nuestros representantes políticos no sabían a qué carta quedarse: que sí, que son la misma cosa; que no, que no se parecen en nada.
La verdad, digan lo que digan, es que ha llegado la hora de las ideologías. El cuento aquél para no dormir que nos contaban de que los buenos gobiernos eran los formados por gestores se acabó. Los que gestionaron la especulación, el pelotazo rápido, el saqueo del Estado en forma de privatizaciones a amiguetes, el chiringuito de las Autonomías, los fondos de reptiles, las mochilas rebosantes de euros en Andorra o en Suiza, los que nos contaban lo bueno que era estar en Europa mientras nos convertían en un país de camareros y albañiles, tienen los días contados. Han vuelto las ideologías. Pero lo han hecho con la crudeza que requiere el tema, sin la máscara funeraria de las izquerdas o las derechas. Hoy se es comunista, capitalista o fascista. Lo demás no cuenta. No va a contar. Syriza es comunista, sí, y conseguirá que a Grecia la echen del euro y de la OTAN. Podemos es comunista. Partido Popular, PSOE, Nueva Democracia y Pasok son capitalistas. Sus políticas han dejado millones de parados, de hogares por debajo del umbral de la miseria, millones de asesinatos en el vientre de Europa. Y, sí, también hay fascistas. En Grecia son la tercera fuerza política.
Y, ahora, déjense seducir por esos cantos de sirena que les susurran al oído que vuelve el horror Nazi. Vuelvan a pegarle una calada al porro de la democracia y caigan en el letargo de su modorra. No se preocupen: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y compañía amortiguarán su caída. No se lleven mala sangre.



viernes, 23 de enero de 2015

El juego del terror.

La España surgida del régimen del 78 ha visto crecer en sus entrañas un fenómeno extraño: las asociaciones de víctimas del terrorismo. En un mundo ideal no deberían tener sentido. Sin embargo, hubo que crearlas. Las asociaciones de víctimas del terrorismo son la punta de lanza que recuerda al Estado que es subsidiario de los crímenes que causa el terrorismo, sea el que sea. El Estado, que ha de velar por la seguridad de sus ciudadanos, falla cuando se produce un atentado, no cumple con la misión de garantizar el orden en las calles. La realidad palpable de su error son familias destrozadas, mutilados, vidas truncadas, sumidas en una tristeza insoportable para siempre. Ni siquiera hablar con las personas que forman esos colectivos puede darnos una ligera idea de lo que supone su día a día. Su silencio y su tristeza se nos hacen insoportables y, antes o después, tendemos a olvidar, a recobrar la alegría, a felicitarnos porque en la lotería de los coches bomba o los tiros en la nuca no haya salido nuestro número.
Nos imponen un respeto sepulcral, el mismo que nos hace comentar por lo bajo con el tipo de al lado: "Es fulano. A su padre le pegó un tiro ETA. Pobre". Es ese respeto que se torna conmiseración. Es el respeto que se le tiene a la lepra.
Pronto, ese respeto lo olieron los buitres de la política y supieron manejarlo. Acercarse a las víctimas, ganarse sus simpatías, era la palmadita en el hombro que necesitaban sus políticas antiterroristas. La presencia de sus líderes en manifestaciones, congresos y actos públicos era la baza moral que se jugaba cuando la ética no llevaba buenas cartas. Estaba claro: había que controlarlas. Había que deshacerse de las personas incómodas, de las que ponían pegas a ser tachadas de izquierdas o de derechas, a apoyar abiertamente a un partido o a otro y, en su lugar, había que colocar gentes sumisas, sin importar si eran o no víctimas del terrorismo, personas que, ante la ignominia de la negociación con los terroristas, del acercamiento de sus presos o de la excarcelación de los asesinos, contasen al pueblo que, tras fotogénicas reuniones en La Moncloa, habían visto la luz y habían decidido dar un voto de confianza al mandatario. Porque el mandatario era bueno.
Esta ha sido la gran traición a las víctimas de los que confunden el Estado con el Gobierno: convertirlas en comparsa de fiestas políticas. Como toda traición, urdida desde dentro.
Salir a la calle contra el Gobierno de Rajoy después de haberse entregado dulcemente en sus brazos no favorece a las víctimas porque no se hace por ellas. Salir a la calle gritando "no más traiciones" es tan ambiguo como impreciso. ¿Qué se ha traicionado, Ángeles Pedraza, que no se hubiese traicionado hasta la saciedad antes?

Manifiesto de VCT desligándose de la manifestación convocada por la AVT

sábado, 17 de enero de 2015

Bolinaga, uno de los nuestros.

Ayer murió Bolinaga. Nada que celebrar. Ha muerto en su casa, rodeado de los suyos. Sus tres asesinatos probados y el secuestro de Ortega Lara le han salido muy baratos. Morirnos, nos morimos todos, y todos tenemos familiares, amigos y enemigos. Siempre habrá alguno de estos últimos dispuesto a descorchar una botellita el día que doblemos. Nada que celebrar, por tanto. En todo caso...mucho que lamentar.
Hace unos días echaron en la Paramount "El Lobo", una película sobre la infiltración de la Policía en la estructura de ETA entre los años 1973 y 1975 y basada en la actuación de Mikel Lejarza. Al final de la película hay una serie de diálogos interesantes entre Eduardo Noriega, Lejarza, y José Coronado, el policía franquista que ya tiene hecha su apuesta sobre lo que ha de venir con la Ley de Partidos Políticos y la apertura democrática. Viene a decir Coronado, ante la insistencia de Lejarza por que no se cierre la operación hasta que no caigan los líderes de la banda, que para conducir la democracia será buena una pequeña dosis de miedo en la sociedad, que ETA tiene que hacer su trabajo para que ellos, la Policía, puedan seguir haciendo el suyo. Ante tan repulsiva respuesta, Lejarza contesta: "¿Y para esta mierda me he jugado yo la vida?". Cuento esto porque confirma mi teoría de que ETA es parte del sistema, tan española como las cañas del aperitivo. Viendo la actuación de nuestros políticos en el caso Bolinaga, y en otros más, uno se da cuenta de la orquestación diabólica de todo este asunto. Sin pretenderlo, la película nos opone dos modelos a la hora de tratar el terrorismo: el modelo democrático y el modelo efectivo.
Nuestros políticos se llenan la boca asegurando que la unidad de los demócratas ha traído la victoria sobre la banda ETA pero ningún español con dos neuronas en funcionamiento tiene esa dulce sensación de la victoria. Es una amarga victoria, una pírrica victoria o, sin hacer más juegos lingüísticos, una sonada derrota. La muerte de Josu Bolinaga no causa alegría, insisto: causa decepción, causa vergüenza y cierta náusea. Nos pone frente al espejo de nuestra incapacidad para hacer frente a esos enemigos de España que, como Coronado en la película referida, han hecho correr sangre de españoles para garantizar su sistema democrático.
Los últimos dos años y medio de Josu Bolinaga, el hombre que mató a tres guardias civiles y mostró sus cualidades de alimaña perpetrando el secuestro de Ortega Lara, han sido un retiro dorado en su Guipuzcoa del alma, un pago a los servicios prestados. Los homenajes como gudari que quedan por delante, las encendidas palabras de elogio y crítica hacia una vida dedicada al crimen de nuestros representantes políticos de Bildu, del PP, el PSOE o IU, serán sólo un acto más de esta mascarada política que llamamos Estado de derecho. La muerte de Josu Bolinaga entre txacolí y lágrimas no cierra nada pero permitirá dormir tranquilos a los que diseñaron la estrategia política de su liberación porque les ahorrará la crítica de los españolitos que se preguntaban diariamente si aún seguía vivo.
Hoy suena más fuerte todavía en mi cabeza la frase final de Lejarza en la película: "¿Y para esta mierda me he jugado yo la vida?".

viernes, 9 de enero de 2015

Amenaza islámica

Lo sucedido esta semana en Francia, principalmente por su alarma social, no es nuevo ni debe extrañarnos o cogernos por sorpresa. Y no por lo que se apresuran a decir todos los prebostes de los medios a la luz que ofrecen las hemerotecas. No, no es porque ya tuviésemos atentados islámicos antes en Europa, en España concretamente, en Inglaterra, en Alemania, en Francia... no. Es porque Europa no ha hecho nada para contener la amenaza islamista salvo juegos de distracción para no reconocer que las políticas multiculturalistas eran un engendro de débiles mentales para no poner tope a la invasión coránica.



Sólo un estado en el mundo, sólo uno, ha librado sus conflictos de los últimos cuarenta años contra los enemigos de la Civilización Occidental. Sólo uno: Rusia.
Rusia, criticada por su papel en Afganistán contra los talibanes armados por EEUU, criticada en Chechenia, en Ingusetia, y, más recientemente, en Siria, ha sido la única nación de la tierra que ha tenido claro que la convivencia con el islam es incompatible con el modus vivendi de la cristiandad, sea esta católica, ortodoxa o protestante. Rusia ha entendido que las guerras contra los grupos islamistas no son un problema político que se pueda arreglar con unos cuantos controles más en las aduanas o una mayor presencia policial en las principales oficinas administrativas del Estado. No, el problema es religioso.
Nada podría hacer el Islam en Europa si Europa no hubiese dejado de ser la luz del mundo para convertirse en la puta del liberalismo filosófico y del capitalismo económico. Nada.
Lo sucedido en Francia nos pone a todos muy nerviosos pero es la consecuencia lógica de sus políticas sociales: laicismo, inmigración y multiculturalismo. El laicismo que quitaba los crucifijos de las escuelas y no pasaba nada; que encumbraba a los altares de la libertad de expresión a tipos que lo mismo cargaban tintas contra Alá una vez al mes que contra Jesucristo y la Santísima Trinidad una vez por semana y no pasaba nada; inmigración masiva que convertía barrios enteros en guetos musulmanes y multiculturalismo que exigía derechos para quienes no tenían obligaciones por encima de los derechos de los que obligatoriamente cargaban con el sostenimiento del Estado. El laicismo es la llave que abrió las Termópilas y facilitó la invasión. Y los pobres ciudadanos europeos, contentos y pagados con sus recién estrenadas democracias liberales, aceptaron que en las sociedades libres más ofende la cruz que el burka o la sharia. Esa sociedad europea, débil y debilitada por sus políticos, es como la rana en la fábula de Esopo y no llega a entender cómo, al cruzar al alacrán a la otra orilla, éste le arrea un picotazo sólo porque está en su naturaleza.
Los teóricos de la geopolítica hablan de guerra asimétrica y saben que ni el país más fuerte del planeta, militarmente hablando, puede hacer nada contra los lobos solitarios y que la determinación de estos sorteará controles, vigilancias y escoltas y morderá de nuevo, antes o después. En esta guerra de religión a Europa sólo le cabe el ejemplo de las mujeres kurdas y para librarla no sirve de nada mandar efectivos del Ejército fuera de casa. Esta guerra se libra aquí, en nuestro suelo, y sus efectos colaterales los tendremos que pagar nosotros. Son nuestros hijos los que morirán, no los de Siria, Irak o Nigeria. Y es una guerra que se puede ganar porque ya se ha ganado antes. Bastaría, entre otras cosas, con retornar los crucifijos a las aulas; con censurar a los dibujantes que hacen mofa de sentimientos religiosos, profundos y arraigados en el corazón del hombre desde que vio su existencia como especie, amparándose en otros fabricados por constituciones y consensos como el de libertad de expresión y que, en realidad, es impunidad para el insulto, la injuria y la calumnia; bastaría con que en Europa sus Estados se blindasen ante una inmigración masiva islámica y borrasen de sus mapas el 90% de las mezquitas y oratorios; bastaría con reconocer que el caso de Kosovo fue el preludio de lo que habría de llegar, que nuestras bombas cayeron allí sobre nosotros y mataron europeos para franquear el paso al islam.
Eso, o dejar que nos invadan de una vez por todas.

lunes, 5 de enero de 2015

Podemitas

Por podemita se conoce, en la nueva terminología política, no al dirigente, afiliado o simpatizante de la formación de los círculos si no, más bien, al que, no pensando votarles ni simpatizando con sus postulados ideológicos, no ve inconveniente en que estos lleguen a gobernar o, incluso, llega a dibujar una sonrisa en la cara al pensar que pueda darse esta circunstancia.
En el corazón del podemita anida el odio al Partido Popular, un rencor descarnado que no llega a ocultar ni cuando, para hacer que equilibra las fuerzas de la balanza, añade alguna crítica menor hacia el PSOE. En realidad se trata de agentes de la izquierda, gente odiosa de la peor calaña, revolucionarios que desean únicamente que todo reviente, que el Estado del bienestar se descomponga y reine la anarquía, sin un plan de futuro y siempre dispuestos a la gresca con tal de que los "niñatos" del PP pierdan su escaño o su privilegio.
Lo reconozco: soy un podemita.
Y, no, no me gusta Pablo Iglesias, Errejón me parece un listillo, su concepción de España la vengo combatiendo desde hace décadas y no les votaría ni aunque fuesen el único partido que se presentase a las elecciones. Pero no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en la cara cuando pienso en que puedan ganar unas elecciones, y eso a pesar de la "no campaña" en contra que les están haciendo los medios del sistema y sus terminales políticas en la calle Génova y Ferraz.
Desde el punto de vista de alguien situado en esta democracia en la que no creo no deja de ser un partido más, con todas las bendiciones para poder ganar unas elecciones. No sé dónde agarraron el berrinche los que piden a gritos que pierda, se disuelvan o se ilegalice. Tampoco, a la vista de lo que han sido estos casi cuarenta años de democracia, en qué puede ser peor que los partidos que han gobernado desde entonces, esos dos (que fueron tres o cuatro y se quedaron en dos para siempre) que se han comido un Estado entero en orgías de privatizaciones, recortes, autonomías, sueldos millonarios, derroche a manta, ladrillazos y tarjetas negras; los que han asesinado a todo un pueblo con políticas genocidas de aborto, los que han dejado un país de viejos en el que cabe decir que no es país para viejos porque se han comido sus pensiones; en qué puede ser peor la España de Podemos que la España democráticamente gobernada por gobiernos extranjeros, por socios europeos que nos han convertido en los camareros de Europa, por tratados militares que nos dirigen al Ejército en misiones fuera pero que no mueven un dedo cuando un moro pone una bandera marroquí en Perejil o un británico roba suelo español en Gibraltar; porqué es peor su dinero venido desde Venezuela que el que salió de los bolsillos de los españoles y de sus ahorros para pagar la fiesta de la democracia, para financiar sus gilipolleces y campañas a coste cero, sin pagar un duro en intereses, gratis total; en qué son peores sus maricones, sus inmigrantes ilegales y sus corruptos que los maricones, inmigrantes ilegales y corruptos del PP y del PSOE; cuánto peor será su ataque a la fe, sus quemas de iglesias, curas y monjas que los perpetrados contra la fe por los demócratas de pedigrí, incluidos curas, mojas y CEE, todos muy modernos, muy demócratas y muy traidores (estoy generalizando, claro).
No, no me da miedo Podemos. Sólo son una parte más del sistema liberal que nos ha podrido por dentro y por fuera. Seguiré haciendo frente a éste, gobierne Podemos, el PSOE o el PP, pero no puedo dejar de esbozar una sonrisa cuando a las nenazas del sistema les tiemblan las canillas ante la llegada del lobo que han dejado suelto, ellos mismos, entre las ovejas.

viernes, 2 de enero de 2015

Un nuevo año

Tal vez, el resacoso, no sea el mejor de los estados para iniciar un año de actividad en la red. Ni en la red ni en ningún otro sitio, claro. Pero es lo que hay. Uno cumple como un mastuerzo con el calendario y ataca las fechas como todo el mundo. De alguna manera, estoy en mejores condiciones que otros para hacerlo. En el haber, dos botellas del mejor vinacho que producen nuestras bodegas, nada que hubiese recomendado el propio Baco, Vinacho tinto, sin pedigrí alguno, del que puede servirse tranquilamente en jarra de barro sin sufrir merma. Media de güisqui, a pachas con un cuñado. En el debe, las uvas que, un año más, me negué a tomar por aquello de que no soy supersticioso. Nada en absoluto. No creo que el 2015 vaya a ser ni mejor ni peor por no haberme llenado el buche de uvas. Cuando hoy leo en todas partes que los andaluces andan de morros porque al realizador de Canal Sur le dio por poner publicidad cuando empezaban las campanadas me parto de risa. Alguno habrá que se esté cagando en el que les birló la suerte.
No ser supersticioso no quiere decir que uno no sea un hombre de costumbres y que no nade inconscientemente en el charco de lo que todo el mundo hace. Uno no está libre de culpa y los propósitos para el nuevo año son algo que se elabora sin cortapisas en la cabeza. Yo, como todo el mundo tengo los míos. Extrañamente, dejar de fumar, no figura en la lista este año. Pero aquí van algunos:
Tener otro hijo, construir el barco de Julia, arreglar el viejo Audi, releer los "Episodios nacionales", iniciarme en el esquí de montaña, ganar la demanda a Intereconmía y escribir un poco más.
Conseguir cualquiera de ellos ya justificaría el año. Empecemos por el más sencillo: escribir un poco más.